La familia

Mientras Europa se encontraba en plena guerra mundial, mi padre se instaló en Utiel para dirigir una bodega de elaboración, para Hijos de Pons Hermanos, la empresa de su familia. Pronto, en Requena, conoció a mi madre y, poco después, se estableció por su cuenta. Trabó amistad con Don Pascual Carrión, entonces director de la Estación Enológica de Requena, un auténtico sabio que le mostró que en estas tierras se podían cultivar las mejores uvas y que con ellas podía elaborar y criar grandes vinos. A mitad de los años ochenta, ya instalado en la Casa Don Ángel y ayudado por mis hermanos mayores, sacó al mercado nuestros primeros vinos embotellados.

El sol se ponía tras los viñedos y mi padre, que estaba a punto de cumplir noventa años, sonreía recordando cómo su tío Pedro le explicaba, bajo la atenta mirada de mi bisabuela, que ese era aroma de bodega limpia, de uvas sanas, de frutas y minerales, de bizcocho y de madera.

Bodega limpia, uvas sanas, madera…

Han pasado más de ciento cincuenta años desde que mi tatarabuelo se instaló en el Grao de Valencia, más de diez desde aquella tarde otoñal en la que mi padre, mientras releía la historia de los Buendía, rememoraba su infancia pero, para mis hijas, mis sobrinos y para mí, la forma de entender la viticultura y la enología sigue siendo, en lo fundamental, la misma: cultivo esmerado de las mejores castas, elaboración y crianza artesanal en la bodega de la Casa don Ángel, en el centro del Pago Vera de Estenas.

Lo decía mi padre: no hay secretos, hay que amar al vino.

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